El glaucoma es una de las principales causas de ceguera en el mundo, y en España afecta a más de un millón de personas.
Esta patología ocular se caracteriza por la pérdida de visión progresiva debido a un daño en el nervio óptico. Se trata de una enfermedad silenciosa, ya que los signos y síntomas pasan desapercibidos en las etapas iniciales, lo que dificulta su diagnóstico.
Existen varios tipos de glaucoma y aun no se conocen bien las causas que lo producen, pero todo apunta a que puede deberse a un aumento de la presión intraocular (PIO).
El aumento de la presión se debe a un fallo en la salida del humor acuoso. Este fluido tiene como función nutrir y oxigenar las estructuras oculares que no tienen aporte sanguíneo. En un ojo sano, la cantidad de humor acuoso es uniforme gracias al “ángulo de drenaje”, estructura encargada de eliminar el exceso de este líquido. Cuando dicha estructura no funciona adecuadamente se produce una acumulación del fluido, haciendo que la presión intraocular (PIO) aumente, lo que provoca la muerte progresiva de las fibras nerviosas del nervio óptico.
Aunque la presión intraocular es uno de los principales signos de esta patología, también se debe tener en cuenta la anatomía del nervio óptico y de las fibras nerviosas, así como el sistema vascular del ojo.
Se pueden considerar como factores de riesgo para desarrollar esta enfermedad la miopía alta, la edad, los antecedentes familiares, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, el uso de corticoides…
Hoy en día no se conoce cura para el glaucoma. El tratamiento consiste en instilar gotas para bajar la PIO, y en algunos casos, será necesario tratamiento con láser o intervención quirúrgica.
Una detección temprana es fundamental para retrasar el daño que produce esta patología. Con un diagnóstico precoz se podría frenar el desarrollo de la enfermedad y evitar la pérdida total de la visión.
Recuerda que siempre es mejor prevenir, revisa tus ojos al menos una vez al año 😉